El Conde de Lavalle había cabalgado por algunos minutos cuando se encontró con un grupo de soldados con la insignia de Floresta que al verlo detuvieron su paso acelerado y el que parecía venir al mando se dirigió hasta él.
—¿Usted es el Conde de Lavalle si no me equivoco?
—Así es. —Respondió con algo de dificultad.
Al escucharlo el guardia se dio cuenta que estaba herido y ordenó que fuese atendido al tiempo que preguntaba:
—¿Qué ha sucedido? El Duque nos ha enviado con urgencia, nos dice que han sido emboscados.
—Bueno yo he llegado cuando la revuelta estaba en marcha y la he culminado, debo decirle que no queda nadie vivo allá.
—Pero... ¿Y el Duque de Alba?...
—Falleció.
—Como lo siento... veníamos a darle apoyo, mi Señor nos dijo que lo había defendido con honor.
Lavalle suspiró ante lo dicho... Realmente las circunstancias hacían del Duque de Alba un héroe o un mártir, nada más lejano de la realidad, pero no era necesario discutir acerca de ello con aquel guardia, así que simplemente asintió con un ademán al tiempo que solicitó ayuda para que lo acompañaran al castillo de Floresta.
Dos guardias le fueron asignados para dicha tarea mientras el resto continuó el camino con la intención de rescatar los cuerpos.
....
Rádulf siguió las indicaciones y pronto encontró el lugar descrito: la casa, no tan pequeña como la había imaginado se encontraba en un paraje con vista al mar, no tenía más que un pequeño murete de piedra que delimitaba la propiedad, la casa estaba pintada de blanco con techos de paja en medio de una verde ladera.
«Realmente es un lugar pacífico» se dijo, mientras se cercioraba que no había gente alrededor. Bajó del caballo y se dirigió a la entrada: una puerta de gruesa madera con herrajes y el escudo de floresta tallado en el dintel que era también de madera.
Con algo de temor tomó la aldaba y toco tres veces... el sonido pudo escucharse claro en aquel paraje solitario, pero ningún otro sonido le siguió a este... repitió la operación y el resultado fue el mismo. Entonces con precaución corrió el picaporte, el cual se encontraba libre de candados... Empujó la puerta no sin antes recorrer con la vista a su alrededor y ésta cedió con un leve rechinido. Se internó en aquella casa, lo primero que encontró fue un amplio salón tapizado de madera que despedía aquel olor característico del cedro. Sobre una de las paredes colgaba un gran tapiz que contenía una imagen de las nereidas o ninfas del mar.
El mobiliario era de cierta forma sencillo, pero robusto: una mesa para 12 personas y algunos sillones sobre un gran tapete, frente a una chimenea con leños listos para ser usados, al lado de la puerta un perchero vacío y una pequeña mesita.
Rádulf detuvo su mirada en ella al descubrir una carta solitaria sobre ella. Se acercó y la tomó, estaba sin sello ni remitente, después de dudar un poco la abrió...
"Rádulf:
Espero pueda leer esta carta, lo cual significará que todo ha salido según lo planeado.
He enviado a un sirviente de confianza durante la noche para que preparara este lugar y dejara este mensaje.
Siento mucho por todo lo que ha pasado, por esa acusación falsa y su encierro, pero sobre todo lamento mi comportamiento ante nuestro primer encuentro, comprenda que ha sido desconcertante.
Entiendo que Claudine le ha explicado la extraña situación que de alguna forma nos ha unido sin saberlo, por lo que quiero que me entienda... Estoy algo desconcertada aunque debo confesar que hay emoción en mí, me apeno al pensar en esto, pero mi corazón no puede ser callado, no sé lo que siento, lo que sí sé, es que usted no me es indiferente y que sus letras han conmovido mi ser...
Perdón si estas palabras son escandalosas para usted, me encuentro frente a algo nuevo y no sé cómo expresarlo...
En la casa debe haber comida, agua para su aseo y la chimenea lista para ser usada. Siéntase en confianza de habitar la casa, no se preocupe por ser descubierto, la gente que cuida esta propiedad frecuentemente prende la chimenea y hay movimiento, así que nadie se extrañará si hay actividad. Sin embargo he avisado que la casa tendrá un huésped que no quiere ser molestado, por lo que nadie se acercará a ella.
Le reitero mi pesar por lo que ha pasado, no pude soportar saberlo encerrado y por ello he fraguado este plan; no sé qué rumbo tomarán las cosas, en breve intentaré hablar con el Conde de Lavalle y buscaremos la mejor solución para usted.
Mientras tanto espero esté cómodo y tranquilo ya encontraremos la forma de contactarlo...
Suya por siempre: Cárdigan."
Rádulf se quedó pensativo y emocionado, esta carta era real, no había duda al respecto y los hechos hablaban por sí mismos. Muchos pensamientos se agolparon en su mente, pero el cuerpo requirió su atención. Se sintió sucio y hambriento, por lo que se dedicó a recorrer el lugar para después comer de manera abundante y darse un baño de cuerpo completo.
....
El Conde de Lavalle vislumbraba ya las tierras de Floresta, acompañado de los guardias cabalgaba a paso lento, sus pensamientos giraban en círculos ante lo acontecido y cómo debía tratarlo con el padre de Cárdigan. Si bien los sucesos estaban claros para él, no lo estarían para el Duque, pues había huido de aquel lugar con plena conciencia de que el Duque de Alba lo defendía de unos asaltantes y que él llegó también en su auxilio, una verdad totalmente diferente. Y esto era un problema.
Por su estado de ánimo, desde que salió de sus tierras en persecución de Alba, había existido solo una idea en su mente, ahora ese objetivo estaba cumplido y de alguna forma sentía que la justicia o su venganza se habían ejercido. Si bien la muerte de un Duque merecería la intervención de la Corona, él se sentía tranquilo, había actuado al final de todo en defensa propia y su título le daba cierta inmunidad, pero... Rádulf había sido la mano ejecutora final, y no tenía ningún título, "Un común había victimado a un Duque".
Las opciones que encontraba eran dos: dejar que el Duque de Alba quedara como mártir y héroe al ser victimado por los asaltantes o contar la verdad de la traición y su desenlace.
Pero ambas versiones dejaban en mal a su escriba pues tarde o temprano se descubriría que no estaba entre los muertos y por lo tanto que era un prófugo. El Duque de Floresta lo había visto pasar y eso complicaba tremendamente las cosas. «¿Lo habrá reconocido?» se preguntaba una y otra vez, si fuera así y verlo acompañado del inconfundible hombre de negro lo pondría de lado del grupo de Alba...
Sacudió la cabeza pues llegaban a las puertas del castillo de floresta, se internaron en este y sin oportunidad de pensar más distinguió al Duque saliendo a su encuentro, con un vendaje en una pierna y cojeando un poco; pudo distinguir tras de éste, a Cárdigan y la Condesa.
—¡Lavalle!, ¿Qué ha pasado?, ¿y el Duque de Alba?... ¡Pero por Dios estas herido!... ¡El curandero, llamen al curandero! —Gritaba mientras ayudaba al Conde a descender de su montura.
—No se preocupe estoy bien, no es de gravedad.
Cárdigan se adelantó para ayudarlo también y con voz preocupada preguntó:
—¿Qué ha pasado? Mi padre nos ha contado todo lo sucedido sobre el asalto e incluso que se ha cruzado con el hombre de negro y... el prisionero que estaba encerrado aquí.
—Ha sido todo un enredo, pero me gustaría sentarme un momento por favor...
—Claro por favor déjeme ayudarlo.
Todos se dirigieron al interior del edificio, con sus miradas puestas sobre el Conde. Llegaron a una sala donde también los alcanzó el curandero que después de asear la herida, revisarla y vendarla, se retiró.
Cárdigan se apresuró a servir un vaso con vino y se lo ofreció al Conde mirándolo fijamente...
—¿Está bien?
El Conde entendió la preocupación de ella y con un movimiento de cabeza dio una respuesta afirmativa diciendo:
—Al fin estamos en un lugar seguro.
—¿Estamos? —Inquirió el padre de Cárdigan levantando la voz—. Has llegado solo, ¿Qué pasó con el Duque de Alba? Mi hija me ha contado una serie de cosas acerca de una maquinación en mi contra, por parte del Duque, ¿qué hay de cierto?, ¿tú que sabes de todo esto?...
Un silencio incómodo se estableció por unos segundos, miradas se cruzaron, en medio de todo Cárdigan entendió el mensaje y pareció tranquilizarse, mientras otorgaba una mirada de agradecimiento al Conde, hasta el mutismo fue interrumpido por la esposa.
—Amor ya te he dicho que Cárdigan no sabe lo que dice, de hecho tú nos has contado que el Duque de Alba te defendió.
Un movimiento del Duque hizo callar a su mujer, mientras clavaba sus ojos en el Conde de Lavalle, quien después de un suspiro comenzó a hablar.
—Estamos a salvo mi Señor, por eso he hablado en plural, en cuanto a lo que le ha contado su hija, sé algunas cosas, es verdad que descubrí que el Duque de Alba conspiraba y quería verlo muerto, usted sabe que comprometido con su hija y usted fallecido, su poder podría enfrentar a la Corona. La cuadrilla de maleantes que los asaltó estaba a su servicio y él fingió defenderlo por si algo no salía bien, pero nunca contó con que otras personas aparecieran en la escena y que... él perdiera la vida.
—¿Esta muerto? —Preguntaron casi a coro los presentes.
—Sí, ya vendrán los guardias con el cuerpo.
—Que conveniente... —Murmuró la Duquesa.
—¡Calla mujer! —Vociferó el Duque molesto—. Quiero que me cuentes todo, con detalles y desde el principio, para tu tranquilidad debo decirte tres cosas: una es que estoy totalmente convencido que te debo la vida, dos: que tenía alguna sospecha sobre el comportamiento de Alba y tres... que creo en mi hija.
Cárdigan esbozó una pequeña sonrisa mientras que su madre rodeaba los ojos.
Lavalle después de pensar un poco comenzó a narrar desde que su relación se había estrechado con el Duque de Alba, cuando lo había ayudado para apartar a su amante de aquellas tierras, habló del porqué de la visita de Cárdigan a Lavalle, enfatizó los encuentros en la Huerta del Peñón, hablo de su escriba y de la falsa acusación sobre él y de cómo el Marqués de San Lorenzo, había revelado su descubrimiento, en este punto Cárdigan intervino para anunciar que dicho Marqués había muerto en su camino para descubrir a Alba ante su padre.
Lavalle continuó, no sin sorpresa y pesar por la noticia, de cómo había encontrado a Mariana agonizante y había salido en busca de Alba, de su recorrido y de cómo había podido darles alcance.
Terminó su narración con la confesión de Alba sobre sus planes, de cómo aquellos asaltantes le obedecían, de la salvadora llegada de su escriba y el hombre de negro a la escena, de cómo este hombre había luchado a su lado y su fallecimiento, como lo habían enterrado y como se había despedido de su escriba.
Cárdigan trataba de aparentar tranquilidad, pero sentía pena por Gustave, mientras el Duque se acariciaba la barba en señal de discernimiento y concentración. La Duquesa por su lado tenía una expresión de asombro e incredulidad, aunque un par de veces durante la narración había exhalado un grito en las escenas de Mariana.
Todo estaba en silencio después de lo narrado, en cada cabeza se desarrollaban conclusiones y preocupaciones, hasta que por fin el Duque tomó la palabra como tratando de despejar dudas.
—Dime Lavalle, noto en lo que me cuentas cierta emoción, más allá de una normal preocupación por la Corona... ¿Hay algo más? O es mi imaginación.
—Mi estimado Duque creo que a usted no se le puede ocultar nada, debo confesar que amo a Mariana y lo que le hizo Alba, para mí era imperdonable.
—En cuanto a tu... escriba... ¿Realmente confías en él?, mira que gente de mi casa estaba involucrada y yo no lo sabía.
—Sí Señor, confío en él.
—¿Sabes dónde está?
—No, debo confesar que después de salvarme la vida, lo menos que pude hacer es decirle que huyera. No sabía si usted me creería o cual sería su suerte.
—¿Cómo salió de la torre norte?, ¿Te lo dijo?
—No señor, pero imagino que Alba lo mandó a buscar.
El Duque hizo otro silencio, cavilando cada palabra.
—Bien, ordenaré que preparen una habitación para tu descanso y recuperación, estás en tu casa. Saldré temprano a la corte para anunciar todo esto y el Rey decidirá qué hacer. Tu verdad será mi verdad. Imagino que el Ducado de Alba con sus riquezas, pasará a las arcas de la Corona o a alguno de sus familiares. No te preocupes, yo defenderé tu valentía y te reitero mi eterno reconocimiento.
—Se lo agradezco Señor Duque... y... ¿qué pasará con mi escriba?...
—No creo que importe, es un común, pero si te interesa... yo no lo buscaré, pero espero que no se haga presente. Dices no saber dónde está así que todo quedará a la suerte.
El Duque se levantó ofreciendo su mano a la duquesa y con una seña llamó a Cárdigan para que los siguiera.
—Vamos mi niña el Conde debe descansar.
Cárdigan asintió mientras decía:
—Conde le agradezco infinitamente por la vida de mi padre y... por todas su bellas y finas atenciones conmigo, usted sabe que en mi corazón hay gozo por todo lo que usted ha hecho.
....
Un día intenso vivía su final, una bruma de tinte tranquilo se posicionaba en aquel lugar, latidos y sensaciones inundaban el ambiente y tal vez, por difícil que parezca, una historia de amor esté aún por escribirse.