Rádulf dejó en la mesita de pendientes la carta poder y salió del despacho, el descanso estaba desierto al igual que el patio interior, se encaminó hacia la salida y tomó rumbo a su casa. Al llegar a la plazuela miró hacia su centro, había una fuente de cantera con un angelito en el centro y alrededor de la fuente, varias bancas también de piedra. La tarde casi llegaba a su fin, el sol amarillento, se colaba entre las ramas de los olivos creando destellos de luz casi celestial, del otro lado de la fuente, había alguien sentado, no distinguía quien era por el angelito del centro. Para acortar el camino atravesó la plazuela y descubrió en aquella banca a Karime. Tenía los ojos cerrados y parecía disfrutar los últimos rayos del sol.
Dudó un instante, pero se acercó, tapando los rayos que bañaban a Karime, que, al percatarse, abrió los ojos, dibujó una suave sonrisa en sus labios y murmuró:
—Un ladrón se acerca a mí y me roba la luz del sol, pero lo que él no sabe es que su luz es más brillante y más cálida para mí, que la del propio astro rey... ven, siéntate a mi lado, si es que tus deberes lo permiten.
Rádulf sonrió y se sentó, mientras decía:
—Cuando el mirlo emite un sonido siempre será una bondadosa melodía, aunque solo exista delante de él una piedra.
—La verdad no se niega mi querido poeta, podemos no ser dueños del universo, pero no por ello dejar de soñar ante aquel lucero que destaca en una noche estrellada.
Rádulf miró un momento aquel rostro, que si bien se veía demacrado, permanecía sereno y con una tierna expresión, pensó en tornar aquella conversación a cotidiana, pero decidió continuar con aquel juego de alegorías que tantas veces había utilizado para platicar con aquella mujer y contestó:
—La belleza es interna, quien encuentra belleza en lo que ve, realmente solo lo está iluminando con el fulgor de su alma. El espejo sólo es un reflejo de la realidad.
Una leve y tierna sonrisa se dibujó en los labios de Karime y dijo:
—Quizá ese espejo que esconde en sus entrañas una leve capa de plata, sea demasiado honesto y muestre aquello que no queremos ver, quizá aquella rosa que era bañada con los rayos plateados del alba y se sentía orgullosa de su aroma y lozanía, descubra que ya es una rosa marchita.
Rádulf tragó saliva y contestó.
—Hay reflejos que van más allá de lo que los ojos miran, hay belleza eterna, que no depende de los sentidos para ser admirada. La imagen física solo es un referente para ser interpretado. El árbol vive sus transformaciones al paso de las estaciones, puede ser verde, frondoso y abrigar vida en primavera, florear en verano, tapizar de colores sepias el otoño y desnudarse en invierno, pero siempre será inspiración para el pintor y permanecerá erguido ante las tempestades.
Karime inclinó un poco la cabeza, sus ojos se humedecieron, inclinó su cuerpo hacia Rádulf y colocó la cabeza en su pecho. Él, un poco sorprendido por la reacción la abrazó suavemente. Había sentimientos encontrados en su interior, una paz y serenidad latente se batían contra la tristeza y la ternura. Realmente ya no amaba a Karime, pero era alguien bello e importante en su vida.
Transcurrieron algunos segundos, tal vez minutos sin más sonido que el latir de aquellos corazones, hasta que Karime habló sin apartarse de él:
—¿Sabes?, partiré mañana. Esta tierra que me vio nacer y que me lo ha dado todo, dejará de ser mi casa para siempre, estos campos por los que he corrido bajo la lluvia cantando y bailando serán solo un breve recuerdo, estas callejuelas y balcones, esta plazuela que trajo a mi alma tanto placer y tanto dolor, quedarán en el pasado. Partiré para que los humanos hagan un último esfuerzo por conservarme en este mundo, pero, yo sé, que mi partida es definitiva, marcho para buscar un lugar en la corte celestial, he tratado de de buscar el perdón divino por mi errores, he pedido perdón a quienes he ofendido, sólo, sólo me quedaba una inquietud, y el Ser divino te ha traído hasta aquí para que pueda partir tranquila. ¡Perdóname poeta!, ¡Perdóname Rádulf!, se que causé mucho dolor a tu corazón. ¡Te he amado tanto!, pero siempre morí de miedo por la diferencia de nuestras edades y ese miedo me llevó a cometer errores. Pero sábelo, dentro de mis confusiones, mi corazón siempre supo esta verdad: te amé, te amo y te amaré hasta mi último suspiro. No te pido nada, solo quiero que lo sepas.
Rádulf sentía un nudo en la garganta y solo atinó a decir:
—Perdóname tú a mí, nunca debí acercarme, no debí dejarme llevar, mis letras no debieron...
—¡Solo di que me perdonas, solo dímelo! —Interrumpió Karime.
—Te perdono. —Musitó Rádulf casi como un suspiro.
El abrazo entre los dos se estrechó, el cabello de Karime era mojado por las lágrimas de Rádulf al tiempo que el pecho de él, recibía gotas de rocío salado.
Un murmullo se escuchaba, pero ellos estaban en otro mundo, y no se percataron hasta que una voz los expulsó de aquel extraño trance mezcla de paraíso y purgatorio.
—Resulta que el adusto escriba del Conde tiene corazón... Rádulf, se llama usted ¿No es así?
Rádulf levantó la vista mientras Karime asustada rompió el abrazo alejándose de él.
—Señorita Mariana. —Dijo Rádulf mientras se ponía de pie y hacía una pequeña reverencia como saludo.
—Perdón que lo moleste, creo que he sido muy imprudente. —Expresó Mariana con fingida sinceridad en sus palabras –es que, lo vi y quería pedirle un favor.
—No se preocupe. —Dijo Rádulf tratando de componer su rostro —¿En qué puedo ayudarla?
—He dejado esta tarde un prendedor en la casa del Conde, mañana no lo veré, así que le pido que si lo encuentra lo guarde para mí. No creo que sea propio que otras personas lo encuentren, podrían inventar historias y no es propio.
—No se preocupe, lo haré. —Contestó Rádulf secamente.
Mariana hasta ese momento volteó con altanería a ver a Karime, que permanecía sentada y mirando con timidez, y le dijo:
—Discúlpame niña, sigan con lo suyo.
—No se preocupe yo ya me iba, el sol desaparece y la noche inicia. —Contestó Karime mientras se incorporaba con dificultad.
Rádulf tomó de las manos a Karime para ayudarla y una vez de pie la miró de frente, por un instante sus miradas se abrazaron. Un beso en la frente de Karime fue depositado por Rádulf.
—Hasta siempre mi poeta... –Susurró Karime.
—Siempre, siempre, siempre. —Contestó Rádulf.
Mariana aún observaba muy de cerca, Karime se despidió con una pequeña reverencia y se alejó lentamente.
Rádulf miró la partida por un instante para después voltear hacia Mariana, ella a su vez con una expresión que intentaba ser de pena inquirió.
—Recuerde mi encargo por favor, es importante.
—Así lo haré. —Contestó Rádulf.
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Ciclos que se cierran, una historia está por escribirse, un momento promete convertirse en sublime, un instante, un latido, un anhelo... una historia de amor...