El sol comenzó a inundar praderas, bosques y aquel pequeño poblado, esa marea que al principio fue de tonos naranja apagado, poco a poco fue coloreando todo de más vívidos colores.
En la casa del Conde de Lavalle, ya había actividad, en el patio dos carruajes, eran cargados con las pertenencias de la hija de Floresta y se alistaban a salir. Al interior de la casa un aroma delicado de frutas e infusión a yerbabuena inundaba el ambiente.
En el amplio comedor Cárdigan y el Conde terminaban su desayuno en silencio hasta que la dama lo rompió.
—¿Se ha ido?
—Sí, salió ayer al caer la tarde, me comentó que iba a su ducado, que habían cambios y que tenía que atenderlos.
—¿Tiene idea de a qué se refería?
—La verdad no, señorita, pero no creo que sea bueno, estaba muy molesto. De hecho me preocupa usted, el viaje es un poco largo y el camino algo accidentado, he puesto a su cuidado mis mejores hombres, pero no tengo los recursos para competir con la guardia del Duque.
—No se preocupe por mí, en este momento soy una pieza importante para él, si me pasara algo antes de la boda no podría ejercer ningún reclamo por floresta. Al menos hasta la boda estoy segura.
—En eso tiene razón, pero, no está por demás cuidarla. —Cárdigan asintió con un movimiento y continuó—. Creo mi estimado Conde que por el momento lo mejor es que se quede aquí, nos mantendremos en comunicación.
—Como usted me indique, estoy completamente a sus órdenes.
—No sabe cómo le agradezco todas sus atenciones y toda su ayuda. —Dijo Cárdigan al tiempo que estiraba el brazo y ponía su mano sobre la del Conde—. ¿Todo está listo?
—Sí, puede partir cuando lo indique.
—Deme unos minutos y me iré. —Dicho esto, se incorporó y dijo con voz fuerte—. ¡Claudine!, ¡Claudine!...
—¿Si señorita? —Respondió Claudine entrando al comedor.
—Acompáñame.
Cárdigan salió, seguida de Claudine y se dirigió a donde hasta ese monumento había sido su habitación, una vez que entraron dijo:
—Claudine quiero relevarte de tus obligaciones.
—¿Cómo dice señorita? —Balbuceó la chica sorprendida.
—Sí, eres libre de quedarte aquí en tu tierra con tu padre, con tus familiares y amigos. Aquí tienes una suma importante de dinero como agradecimiento a tu trabajo y tu lealtad.
Y le entregó una bolsa con el dinero.
—¿Pero... señorita Cárdigan?, ¿he hecho algo malo?, ¿le he fallado en algo?, yo pensé que...
—Claudine, me has servido muy bien, no tengo ninguna queja, pero quiero que entiendas esto: desde este momento eres libre de hacer lo que quieras. ¿Lo entiendes?
Claudine la miraba completamente sorprendida, una sensación desagradable la inundaba, con un casi imperceptible tono de voz contestó:
—Lo entiendo...
—No te escuche... ¿Lo entiendes?
—Si señorita Cárdigan lo entiendo...
Cárdigan la observó por un momento, la chica se veía triste y desorientada, con un ademán la invitó a sentarse en la mesa; ella tomó asiento y retomó la palabra.
—Ahora Claudine quiero pedirte un favor.
—Lo que usted mande.
—No, recuerda que ya eres libre, no me digas que si, hasta escuchar de que se trata.
Claudine asintió con un movimiento.
—Voy de regreso a mi casa, la situación que viviré allá es delicada y potencialmente peligrosa, es muy probable que tenga que hacer cosas en contra de la voluntad de mi familia y... mi prometido. No será nada fácil, necesito a alguien que posea una completa discreción y sea de mi entera confianza, que obedezca sin preguntar. Que esté dispuesta a dejarlo todo si es necesario. ¿Estarías dispuesta a ser tú esa persona?
A Claudine se le iluminó el rostro, impulsivamente se arrojó a los pies de Cárdigan tomó sus manos y las besó.
Si acepto, definitivamente acepto —murmuraba.
—Mi niña no hagas esto... —Dijo Cárdigan emocionada, al tiempo que la levantaba desea posición— Eres muy valiente y muy valiosa para mí.
Claudine se repuso de la emoción, se volvió a sentar y hablo:
—Si me lo permite, no he conocido a alguien más amable, más dulce y más cortes que usted, es un placer estar a su servicio.
Cárdigan sonrió con una expresión de ternura, la observó por un instante y después cambió su semblante a la par que decía:
—Bueno, este será mi primer encargo —hizo una pausa, su rostro se inundo de un leve rubor—. ¿Recuerdas la carta que te mostré y las cartas que rescataste de casa de... Rádulf?
—Sí.
—Te contaré a grandes rasgos: Hace algún tiempo tenía una institutriz, que me enseñó muchas cosas, entre ellas me instruyó para leer y escribir, pero no solo eso, me hacia leer a grandes escritores y como me gustaba, me ponía a escribir por medio de algunos ejercicios. Ella además me ayudaba con la correspondencia, leía todas las cartas que me llegaban y muchas veces escribía las que yo enviaba. —Cárdigan hizo una pausa como buscando palabras y continuó.
—En una ocasión en la que yo me quejaba de mis pretendientes y de la búsqueda del amor verdadero... Me propuso una tarea, la que consistía en que ella fingiría ser un osado caballero que me escribía y yo tendría que contestarle... El caso es... que... ella no escribía las cartas... esas cartas... esas cartas eran reales... y...
—¡¿Rádulf?! —Exclamó Claudine sin pensarlo.
—Así es.
—¡¿Pero cómo?!
—En una ocasión el Conde de Lavalle me invitó a visitar estas tierras, obviamente yo me negué y le pedía a mi nana... a mi institutriz... es que yo le decía mi nana... —Aclaró Cárdigan—, que contestara por mí.
Cárdigan mostraba un rostro encendido a la vez que relataba, y poco a poco su tono y sus expresiones pasaban de ser una mera información a una confidencia, a una charla con una amiga íntima.
—¡Ah!, creo que comienzo a entender... —Comentó Claudine.
—He leído las cartas que me trajiste, Rádulf guardaba copia de las cartas que enviaba y están las que recibía...
—Ja, típico de él —Acotó Claudine.
—El caso es que la primera carta que él recibió no es mía, es una que propone iniciar una relación a través de la palabra escrita, esa la debe haber escrito mi nana. Después de esa casi todas son mías, yo le contestaba a mi caballero imaginario, ella se las enviaba a Rádulf y la respuesta simplemente llegaba.
—Señorita... pero... ¿Nunca dudó de quien escribía las respuestas?
—No conscientemente, aunque te confieso que en el fondo muchas veces deseé que mi amante imaginario fuera real... ¡No sabes lo que sentía!, ¡mi corazón saltaba al leer!, varias veces le pregunté a mi nana que de dónde sacaba esas cosas, llegué a pensar que tenía un amante escondido y que de ahí se inspiraba, pero nunca imaginé que detrás de esas letras hubiese un hombre real. Ahora que lo se tiemblo... no tienes idea de la confusión que hay en mi mente...
—La entiendo, que situación tan extraña, yo conozco a Rádulf y como escribe, la verdad cuando me dio clases yo creía que estaba enamorada de él...
Cárdigan dibujó una cara de sorpresa en su rostro y solo alcanzó expulsar un monosílabo.
—¿Y...?
—Él se encargó de sacarme de ese enamoramiento más tarde, me explicó que yo era muy joven, que él me veía como a una hija o sobrina, que me amaba, pero no de la forma que se ama a una pareja. Con el tiempo lo entendí y lo seguí amando pero de otra manera.
—Ah ya entiendo. —expresó Cárdigan con alivio.
—Señorita, ¿le puedo hacer una pregunta?
—Claro.
—¿Qué sintió la primera vez que lo vio?
—Em, miedo... desconcierto... inquietud... Después leí la carta que tú sabes y todo cambió, aunque aún no entendía que es lo que pasaba, esa forma de expresarse, esa calidez de las palabras... no sé, cambió mi mundo... Además... he tenido algunos pretendientes, pero nadie me había dicho que me amaba... Cuando leí "te amo" ah, no sabes...
Cárdigan rebozaba de emoción en cada palabra que pronunciaba.
—Y... ¿Ahora?... ¿Qué siente?
—Si con la primera carta que leí me emocioné, imagina lo que hay en mí después de leerlo todo y saber que de cierta forma lo que escribía era realmente dedicado a mí.
—Pero señorita... Ya lo vio... Lo quiero mucho pero él no es muy apuesto, por decirlo amablemente... Además ya es viejo, le debe llevar como veinte años...
—No se Claudine, reconozco que no es deslumbrante, de hecho a mi pesar diría que Lavalle es más guapo, Alba se lleva de calle a ambos, pero Rádulf es un hombre... como... interesante... Además te soy sincera, en mi vida yo no he escogido a mis pretendientes, me los han impuesto y déjame decirte que ha habido soles y sapos, jóvenes y viejos, ya hace algunos años me he dicho que eso no importa... Claro que si nos hubiéramos encontrado en Floresta ni siquiera lo habría notado.
—¿Usted lo invitó a Floresta?... digo... en sus cartas... a su amante imaginario?
—No, eso sí fue obra de mi nana, esa invitación no es de mi autoría, creo que ella pensó en hacerse pasar por mí y hablar con él en el confesionario. Me imagino que ella estaba enamorada de Rádulf.
—¡Que bruja! —Expresó Claudine sin pensar.
—No digas eso, aunque ella me traicionó de muchas formas, también me enseñó mucho, además ella... está muerta... —La voz de Cárdigan se entrecortó.
—Perdón —Murmuró Claudine apenada.
—Está bien, —suspiró— la verdad fue muy cruel lo que hizo con Rádulf. Por las fechas de las misivas que leí, ubico perfectamente el momento. Ese día la busqué y no la encontré, me dijeron que había ido a hacer oración, al poco rato la vi regresar y cuando fui a su encuentro la encontré hurgando entre los papeles de mi padre y traía el sello de la casa consigo, no pensé mucho y la despedí. Por lo que vi, después de eso le escribió a Rádulf un par de cartas más diciéndole que pasara lo que pasara "Cárdigan" lo amaba y que ya no escribiera a Floresta.
Claudine miró por un momento a Cárdigan y se atrevió a preguntar:
—Señorita... y... usted... ¿Ama a Rádulf?, ¿Lo besaría?...
El rubor que hacía que la blanca piel de Cárdigan tuviera un tono rosado, pareció ser inundado por un torrente carmesí. La mirada que hasta ese instante había sido franca, se desvió...
—Claudine, creo que esa es una pregunta muy atrevida...
—Perdón señorita, me he excedido... dijo Claudine tímidamente y muy apenada.
Un silencio se posó en aquella habitación, algo intangible volaba en el ambiente, aquellas dos mujeres dejaban volar su imaginación con rumbos quizá distintos e indescifrables. Hasta que Cárdigan habló.
—Bien Claudine ¿te queda claro lo que ha sucedido?
—Sí señorita, bastante claro...
—Bueno, pues mi primer encargo es que, en cuanto lleguemos a Floresta, averiguaremos dónde tienen recluido a Rádulf, tú buscarás la manera de llegar a su celda y le tienes que contar todo esto, creo que él debe estar muy confundido.
Claudine abrió la boca pero no dijo nada, su expresión de sorpresa lo decía todo.
Cárdigan se incorporó, se dirigió a la puerta, la abrió y antes de salir preguntó:
—¿Podrás hacerlo?, es importante.
—Sí, lo haré, Rádulf es fuerte y frio en algunas cosas pero su corazón definitivamente, es uno de sus puntos vulnerables, debe... debe estar destrozado...
Cárdigan asintió con un movimiento y salió de la habitación, buscó al conde, se despidió de él y damas, acompañantes y guardias se dispusieron a salir.
Claudine se acercó al primer carruaje para ayudar a subir a Cárdigan quien antes de subir dio la instrucción:
—Tú te irás en el segundo carruaje.
—Si señorita.
Ya Claudine cerraba la puerta cuando escucho la voz de Cárdigan.
—¡Claudine!...
La chica se detuvo y se asomó al interior esperando recibir instrucciones pero solo escucho...
—¿Sabes?... Si lo besaría...
....
Dos mujeres se dirigen a lo incierto, los momentos prometen ser complicados, pero en el aire flota un latido... un instante... probablemente una historia de amor.