Capítulo 18 "El testamento"

Habían ya varias personas en el lugar esperando en un semicírculo de sillones que estaban frente a una mesa donde se encontraba el Conde, el cual le hizo una seña para que se acercara, él rodeó el salón y se colocó atrás y hacia la derecha del Conde, que volteando discretamente susurró:

—Aun no llega Mariana para que estemos todos, revisa esto. —Y le paso algunos papeles.

Rádulf afirmó con la cabeza después de leerlos y los regresó al Conde.

En ese momento entro una dama acompañada de dos sirvientes, al mirarla Rádulf reconoció levemente aquel rostro, su memoria giró entre los recuerdos y la ubicó en la taberna de Floresta, aquellos amantes que llamaran su atención...

Mientras la chica se sentaba la observó, era una mujer de pequeña, el vestido color zafiro con un delicado escote, talle ceñido a la cintura y vuelo vaporoso en varias capas, hacia lucir un cuerpo muy bien formado y equilibrado, piel blanca, delicadas facciones y ojos color miel, una boca pequeña de labios carnosos que tenían impresa una mueca de molestia.

Rádulf estaba en sus observaciones cuando fue sorprendido por una mirada de Mariana, hubo un pequeño momento de miradas y después ella tomó pose de frialdad recorriendo el resto de la sala.

Comenzó el protocolo y poco a poco se dio lectura a los últimos deseos de Gertrudis Condesa de Salmiento. La verdad el Conde de Lavalle había recibido buenas propiedades, era prácticamente el heredero universal pues la tía había fallecido sin descendencia directa, sus hijos que habían sido seis varones, perdieron la vida uno por uno en trágicas circunstancias.

Mariana se remolinaba fastidiada hasta que por fin se mencionó su nombre:

—A Mariana, hija de Barón Rigoberto mi primo político le dejo "La huera del peñón" a las afueras de Lavalle, incluyendo la casa de campo y tres mil reales.

Mientras Mariana dibujaba una sonrisa mezclada con asombro, el conde se arremolinaba en su asiento, Rádulf puso su mano en el hombro de este para calmarlo, sabía que era un buen hombre, pero también conocía su codicia y gusto por lo material, y ésta era una mentirosa donación que le incomodaba.

Terminada la sesión, después de los papeleos y las firmas, todos se levantaron y entraron al salón algunos sirvientes con copas de vino y alimentos.

El Conde se levantó estrechando las manos de los presentes mientras Rádulf lo seguía de cerca, cuando llegó el momento de Mariana, el Conde hizo una seña para que Rádulf se acercara un poco más.

—Mariana, me da gusto que Gertrudis se halla acordado de ti.

—Gracias Conde, la verdad a mí también me ha sorprendido, realmente la conocía muy poco, no sé qué circunstancias le habrán hecho pensar en mi, incluso llegué a pensar que esto era solo un pretexto para alejarme de donde estaba, pero ya veo que si era importante.

—No pienses mal, si te llamé es porque valía la pena. Por cierto que he tenido noticias del Duque de Alba. —Dijo el Conde con toda intención.

—¿A si? —Balbuceó Mariana, tratando de ocultar su sobresalto.

—Sí, me ha comentado que con motivo de su futura unión con el Ducado de Floresta, harán una visita a Lavalle, ¿Qué te parece?

—Interesante. —Dijo ella algo incomoda.

El Conde miró de reojo a su espala, con una sonrisa casi infantil de satisfacción, por la pequeña venganza que estaba realizando, cuando Mariana lo notó y giró levemente la cabeza para ver a quien se dirigía.

—Perdón te presento a Rádulf, mi escriba y cercano servidor. Si requieres de algo legal, de letras él es muy bueno.

—Un placer. Dijo Mariana extendiendo su mano, en la cual Rádulf puso un suave beso.

—El placer es mío. —Contestó.

—Rádulf, le contaba a Mariana de los sucesos venideros en estas tierras de los cuales te comenté y de los que me ayudarás para que sean de calidad.

—Así es Conde, agradezco su deferencia para conmigo, y ahora que pienso en que la Señorita Mariana ya es dueña de la huerta del peñón, creo que usted debería pedirle permiso para que el Duque pudiera visitarlo, es un lugar hermoso y pacífico y la casa de campo es bastante acogedora como para una paseo.

A Mariana se le iluminaron los ojos y no pudo esconder su emoción.

—¡Sería un honor para mí!, Conde, disponga de la propiedad como mejor le parezca.

El Conde incomodo por la sorpresiva idea de su escriba, asintió, no sin lanzar una mirada mezcla de enojo y duda hacia Rádulf, quien respondió con una sonrisa llena de satisfacción y complicidad.

En la mente de Rádulf se hilvanaban ya estrategias no solo para los intereses generales del Conde de Lavalle, el Duque de Alba, Mariana y Cárdigan, sino también para los suyos.

Instintivamente y quizá de manera egoísta, sentía que alimentar la relación del Duque de Alba y Mariana le daba algún tinte "Moral" a su relación en las letras con Cárdigan. Ademán que de camino a la huera del peñón estaba su casa, por lo que propiciaba un pretexto más para ver a la comitiva nupcial.

....

Una historia está por escribirse, un momento promete convertirse en sublime, un instante, un latido, un anhelo... una historia de amor...


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