Rádulf pasó los siguientes cuatro días en un trabajo solitario, los días pasaban y el Conde no aparecía, ya sabía que estaba en la huerta y que Mariana estaba con él.
Llegó como de costumbre a la casa del Conde y se encontró con que un par de empleados lo esperaban, y al verlo acudieron a él.
—Nos manda el señor Conde a decirle que quiere que le consiga unas botellas de vino, de preferencia la rioja o de jerez y nos ha pedido que se los llevemos en cuanto los tenga.
Rádulf asintió con una mueca y salió de la casa seguido por los sirvientes. Se dirigió primero al expendio de Don Antonio, quien se jactaba de vender cualquier cosa, pero no encontró los vinos requeridos, así que se dirigió a la taberna de Don Eugenio.
—¡Rádulf que milagro! ¿Qué diantres te trae por aquí? —escuchó inmediatamente que entraba.
—Buen día Don Eugenio, pues ya lo ve con encargos del Conde.
Hablando y diciendo el sujeto salía detrás de la barra y con dificultad se abría paso entre las mesas para al final con su colosal barriga intentar dar un abrazo apretado a Rádulf, quien fue literalmente aplastado por dicha humanidad.
Después del sofocón y sin dejar que digiera palabra le preguntó mientras lo llevaba hacía la barra:
—¿Qué has visto a mi hija en Floresta? Me han dicho que estuviste por allá ¿Qué hacías?, ¿Ya eres tan indispensable que el Conde te lleva a todas partes? Dime: ¿Has visto el paseíllo del Duque y su corte?, creo que ya sabes que Claudine ha entrado a sus servicios. Rádulf, Rádulf te ves cansado, déjame servirte un vado de vino, sé que es muy temprano y tu tomas poco pero te hará sentir mejor, pero ¿porqué no hablas? dime algo.
Rádulf sonrió moviendo la cabeza.
—Si Don Eugenio, he visto a Claudine en Floresta y si supe que entro al servicio en el palacio, si estuve ahí por cuestiones del Conde, aunque no soy indispensable, no vi el paseo porque regresé antes y no estoy cansado simplemente me dejó sin aire...
Don Eugenio lo miró sorprendido ante la última frase para después soltar una estruendosa carcajada, mostrando una impecable dentadura debajo del bigote de morsa que enmarcaba la boca.
—Y dime: ¿En qué te puedo ayudar? —Preguntó mientras servía en un vaso una buena ración de vino.
—El conde requiere algunas botellas de vino de la rioja, no sé si usted tendrá o si no algo de vino de jerez.
—Pero toma, que este trago no te lo voy a cobrar —Inquirió mientras se alaciaba el bigote con postura de estar pensando.
—La rioja... me parece que tengo un barril, no tengo botellas ¿la compañía del Conde es dama o caballero?
—A qué curioso me salió usted Don Eugenio. Es una dama.
—Bueno es que debo saber, y si es una dama entonces deja que llene unas cinco botellas porque el barril se lo enviaría si fuera fiesta de caballeros. Espera que tengo que ir a la bodega. Pero ¡Toma, toma! que no te hará daño. —Y se perdió con dificultad por atrás de la taberna.
Rádulf suspiró y dio un sorbo a su vaso, Don Eugenio era un buen hombre pero bastante parlanchín, le tenía estima, además que era el padre de Claudine a quien consideraba una gran amiga. Se recargó en la barra y observó el lugar, a su entrada no le había dado tiempo de ver nada por la apabullante bienvenida y se dio cuenta que en un rincón había una mesa ocupada. Era un solo hombre que parecía absorto frente a varios tarros de cerveza, el individuo pareció percibir que era observado y levantó la mirada, Rádulf instintivamente levanto un poco su vaso en señal de saludo y dijo:
—Buenos días.
Aquel hombre lo observó en silencio, por algunos segundos para después contestar:
—Es la segunda vez que me saluda... Buenos días...
—¿La segunda vez? —preguntó Rádulf extrañado.
El sujeto hizo una mueca, simulando una sonrisa, arrojó unas monedas sobre la mesa, se levantó tomando capa y sombrero y se dirigió hacia la salida, ya en el pórtico de la entrada, volteó mirando a Rádulf y le dijo:
—La primera vez fue en una pensión en Floresta, esta es la segunda y creo que no es coincidencia, al parecer yo sigo a quien le sigue... tenga cuidado. —Se dio la vuelta y salió de la taberna.
Rádulf se quedó extrañado por aquellas palabras misteriosas, hizo memoria y recordó aquel breve suceso cuando cenaba en la posada de Floresta, intrigado caminó hacia la puerta, se asomó, pero solo encontró a los sirvientes que esperaban el vino para llevárselo.
—¿Nos busca señor? —preguntaron.
—No, es que salió un hombre.
—Sí —contestó uno de ellos, un tipo vestido de negro que ha dado vuelta en la esquina—. ¿Pasa algo?
—No nada, esperen un momento ya nos traen el vino.
Rádulf entró en la taberna preguntándose ¿Qué significaban aquellas palabras?, ¿Quién era ese individuo? Y ¿Por qué le decía que se cuidara? En estas cavilaciones estaba cuando un grito le hizo reaccionar.
—¡Rádulf ayuda por favor!
Corrió detrás de la barra y de la taberna, buscó la bodega siguiendo los gritos de auxilio y encontró a Don Eugenio sentado frente a un gran barril, con una de sus regordetas manos metida en un agujero.
—¿Qué pasa?
—Ah, que me he quedado atorado aquí, no puedo sacar la mano.
—Pero y ¿como la ha metido?
—Pues que se me ha caído un corcho aquí dentro y pues he metido la mano para encontrarlo, ya lo he tomado pero ahora no puedo sacarla.
—¿Cómo es eso? A ver estírela, hágala delgadita.
—¡No te burles!
—Quiero decir que junte así los dedos y extiéndalos para que salga.
—Hombre pero que si estiro los dedos se me cae el corcho de nuevo.
—Don Eugenio, pues deje el corcho ahí dentro.
El señor puso cara de concentración profunda, seguida de una mueca acompañada de un rodeo de ojos, estiró los dedos, jaló con fuerza y la mano quedó liberada.
—Caramba que creo que ya estoy viejo y hago bobadas, la verdad me hace falta Claudine.
—¡A que Don Eugenio! —Dijo Rádulf soltando una carcajada. — Pues... ¿Cuánto cuesta un corcho?
—¡No te burles! ¡Ya!, ahí están tus botellas ¿Traes dinero o lo cargo a la cuenta del Duque?
—Gracias Don Eugenio, cárguelo a la cuenta y... deje el corcho ahí, cuídese esa mano.
—¡Va! Largo mequetrefe. Cuídate tú y ven más seguido.
Rádulf salió de la taberna y les entregó las botellas a los sirvientes, que se fueron de inmediato mientras él se encaminó de regreso a la casa del conde, caminado lento y ya pasado el suceso con Don Eugenio, comenzó a pensar nuevamente en las palabras del hombre de negro.
No entendía el significado... "sigo a quien te sigue" ¿Quién me sigue? De pronto una especie de temor comenzó a invadir sus cavilaciones... ¿Me siguen?, ¿Será que el padre de Cárdigan...? No, no lo creo, ya me habría dado cuenta, pero... Han sido varias veces que me he sentido observado, pensé que eran mis nervios... Sacudió la cabeza con fuerza, me estoy poniendo paranoico, ¿por qué he de hacerle caso a un extraño?...
En esos pensamientos estaba cuando llegó a la casa del Conde y se encontró con algunos jinetes, un carruaje cerrado y bastante distinguido, parados en el patio de entrada.
Un individuo bien vestido hablaba con la ama de llaves y cuando esta vio a Rádulf hizo una seña, después de la cual el hombre se dirigió hacia él.
—Señor escriba, soy Gerónimo, vengo de parte del Duque de Alba, traigo mensajes para el Conde de Lavalle, además de algunos menesteres de costura de la Señorita Cárdigan y me acompaña Damián el primo de ella, venimos de visita rápida, pero me dicen que el Conde no se encuentra y que usted está a cargo. Necesito una habitación para el joven, aunque solo estemos unas horas y que informe al Conde que estamos aquí o que gire instrucciones para que le haga entrega a usted de estas cosas.
—Por supuesto —Con una seña hizo que el ama de llaves se acercara y dio instrucciones para que acogieran a los invitados, llamó a otro sirviente y en voz baja le dijo:
—Toma un caballo y ve a la Huerta del Peñón, avísale al Conde que gente del Duque de floresta esta aquí.
El sirviente salió a toda prisa y en ese momento Rádulf volteo hacia el carruaje viendo descender a un niño con quien supuso era su nana, al mirarlo ya con atención lo reconoció, el niño lo miró y al parecer también lo reconoció ya que con un guiño saludó tranquilamente con un "Hola" al que Rádulf respondió un una pequeña reverencia.
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Los momentos se acercan... Una historia está por escribirse, un momento promete convertirse en sublime, un instante, un latido, un anhelo... una historia de amor...