Capítulo 45 "Un poco de paz"

Rádulf miraba el paisaje desde la ventana de la casa, la fuerza del mar al llegar al acantilado le parecía un espectáculo digno de ver, una y otra vez el azul del mar se volvía blanco ante el choque y dejaba escapar sus bramidos.

Dejó la ventana, buscó papel y pluma y se sentó en la mesa del comedor, ya había pasado casi un día desde su llegada, se había familiarizado con la casa y ya no sentía tanto sobresalto ante los ruidos de sus alrededores, finalmente había podido descansar, asearse y comer; se sentía repuesto. No tenía idea de lo que el futuro le depararía y se esforzaba por no perderse en deducciones, trataba de disfrutar de esa paz que hacía ya tiempo había perdido, la soledad y el silencio eran un regalo que aprovechaba y disfrutaba.

La tarde comenzaba a ceder y las sombras poco a poco iban quitando brillo a su paso, a la vez que la temperatura descendía, miró a su alrededor, se levantó con ciertas dudas pero después de pensarlo y con un poco de trabajo encendió la leña dispuesta en la chimenea sintiendo como las llamas calentaban poco a poco el ambiente.

Regresó a la mesa, cerro por unos instantes los ojos, respiró profundo, lo abrió y comenzó a escribir...

"Querida Cárdigan:

Por fin tengo la oportunidad de escribir nuevamente su nombre, en circunstancias algo distintas a la última vez que evoqué su nombre con la pluma.

Antes que nada quiero agradecerle de todo corazón lo que ha hecho por mí, verdaderamente no tengo palabras para describir lo que ser libre significa y reconozco el gran y peligroso esfuerzo que ha hecho porque esto sucediera, de verdad desde el fondo de mi alma "Gracias", quedaré eternamente en deuda con usted pase lo que pase.

A lo largo de estos días he pensado mucho en usted, en toda esta situación en la que nos encontramos, y no hablo de la conspiración y todo eso, hablo de nuestras cartas, de nuestros escritos, de nuestras letras, estas letras viajeras que para usted no tenían un remitente pero que para mí, eran y se revelaban como un sentimiento profundo y avasallador, estas letras que me dieron vida y me hicieron tocar el cielo, letras que me llevaron a soñar cada noche en algo que no podía ser y que sin embargo existía, o al menos eso quería creer.

Me dejé llevar por los sentimientos y emociones que brotaban de las palabras y me entregué a ellos sin dudarlo.

Debo decir que fui inmensamente dichoso, sus cartas cambiaron mi mundo y echaron de lado a esa soledad que me abrazaba tenazmente. Pude descubrir en ellas a un hermoso ser humano, a una bella persona que fulguraba en la distancia...

Después... Cuando al fin pude mirarla de frente... Fue un encuentro difícil... Mi corazón se desgarró y me sentí como un niño al que se le revela que la magia no existe y se da cuenta que es verdad y que ha sido un tonto en creer en ella. A partir de ese momento nada me importó, perdí la ilusión por vivir, por soñar. Confieso que tomé mi aprisionamiento, como un castigo por mi inocencia y aunque no tenía nada que ver con las cartas, sentí que merecía el castigo.

Fue sumirme en la oscuridad de alma y pensamiento, fue visitar el limbo, fue experimentar la nada...

Pero la visita de Claudine me sacó del purgatorio, me confundió a la vez que me despertaba a una realidad distinta, por algún tiempo no pude creerlo, dudaba de la realidad que se plasmaba ante mí, debo confesar que tuve que contener a mi corazón, el engaño al que habíamos sido expuestos me impedía entregarme nuevamente a una ilusión, pero los hechos del día de ayer, no solo me otorgaron esta libertad fugitiva, también y más importante me devolvieron la fe, la libertad de creer y sentir.

Estas últimas horas han sido intensas, he pronunciado su nombre muchas veces, he abrazado la imagen de su ser en mi mente, he dejado que mi corazón hable y sienta.

Es real que nuestra situación es diferente, de alguna forma y no sé cómo explicarlo, lo que siento por usted es algo nuevo y naciente, si bien las palabras que viajaron entre nosotros desde hace algunos meses fungen como cómplices de este latido, la verdad es que siento como si la estuviera conociendo nuevamente y debo expresar que me encanta este descubrimiento.

No sé lo que usted realmente sienta, creo que si hay confusión en mi alma, debe haberla en la suya, no sé si esta comunicación se pueda reanudar, ni siquiera sé si estas letras llegarán a usted, pero tenía que escribirlas.

Gracias por existir, gracias por cruzarse en mi vida, gracias por mirarme, gracias por interesarse por mí.

¡Gracias, mil gracias¡ mi corazón le pertenece.

Suyo por siempre.

Rádulf"

Rádulf se recargó en el respaldo de la silla que ocupaba, mirando aquella carta, cerró los ojos y hecho la cabeza hacia atrás y así permaneció por algunos instantes, después de los cuales se levantó, dobló la carta y se dirigió a la chimenea y se sentó en frente de ella. Observaba la danza de las llamas, escuchaba el crujir de la leña al arder, cuando un ruido lo hizo salir de su letargo. Agudizó el oído e identificó los cascos de un caballo acercándose y deteniéndose.

Se incorporó, se colocó en un rincón, instintivamente contuvo la respiración... En la puerta de escuchó un golpe... Pasaron algunos segundos interminables y nuevamente un suave golpe sonó... Respiró profundo y se decidió a hacerse presente justo cuando la puerta se abrió.

—¿Claudine?

—¡Rádulf!

La chica soltó una canasta que llevaba en sus manos y se abalanzó hacia él, abrazándolo con fuerza.

—¿Cómo estás mi amado poeta? Estaba tan preocupada por ti.

—¿Qué haces aquí pequeña?... Estoy bien, reponiéndome del encarcelamiento.

La chica se alejó un poco sin soltarlo y dijo:

—Sí, ya se te ve otro talante. Me alegra tanto que estés bien, he venido a traerte algo de fruta fresca, un poco de vino y... —Claudine en ese momento reaccionó y volteó hacia la entrada viendo la canasta en el suelo y un pequeño charco de tono carmesí—... Bueno creo que solo fruta y pan, el vino ya no lo cuentes. —Completó sonriente y apenada.

Rádulf soltó una carcajada y le dio un apretón a Claudine para después soltarla y levantar la canasta, mientras decía.

—Pequeña, no te he dado las gracias por todo lo que has hecho por mí, creo que estoy en deuda contigo.

—Ni lo digas, mínimo me quedaré con esa fea casucha tuya en Lavalle, quizá podría servirme para escapar con un guardia muy apuesto que he conocido... —La chica soltó una carcajada.

—Hablo en serio Claudine. Gracias

—Yo también hablo en serio "poeta" —Replicó Claudine riendo.

—Es tuya, de todas formas dudo que pueda regresar a ella. —Dijo Rádulf bajando la cabeza.

Claudine tragó saliva y se puso seria.

—Perdón dije las cosas sin pensar...

Rádulf levantó la cabeza con una sonrisa en su rostro y Claudine al notar que había sido burlada puso cara de enojo para después soltar otra carcajada.

—Cuéntame pequeña, ¿Qué ha pasado?, aquí no me entero de nada...

—Pues lo que sé y lo que me ha dicho la señorita Cárdigan, es que hubo una emboscada, el Conde de Lavalle le salvó la vida al Duque de Floresta y le reveló que había una conspiración por parte del Duque de Alba.

—Y... ¿Le ha creído?

—Al parecer sí.

—¿Se ha hablado algo de mí?, ¿de mí situación?

—Sí, el Duque ha dicho que no te absolverá, pero no te buscará y espera que tú no aparezcas. La señorita Cárdigan está preocupada por esto, pero está feliz de que te encuentres bien. Claro que me ha enviado hasta aquí para cerciorarse de que no te falte nada y también me ha encargado que te diga, que platicará con el Conde de Lavalle para ver que pueden hacer con tu situación.

—Bueno por lo menos no tendré que huir a cada momento... Y ella como está.

Claudine esbozo una sonrisa.

—Bien... Piensa en ti... A y por la mañana a despedido a su padre que se fue con el rey, para aclarar todo lo que ha sucedido...

—¿Piensa en mí?

—Bueno, más bien habla de ti todo el tiempo jajaja ya me tiene mareada. Que si Rádulf estará bien... Que si Rádulf salvó al Conde... Que si Rádulf escribe tan bonito... ¡Por Dios! Ni eres tan interesante...

Ambos rieron y platicaron por un rato, hasta que se percataron que la noche había caído, Claudine se dispuso a regresar a pesar de que Rádulf no estaba de acuerdo, pero ella argumentaba no tener miedo y que no podía quedarse en una casa sola con un hombre, porque «que iban a decir», además que Cárdigan no se lo perdonaría...

 

Rádulf insistía, hasta que Claudine confesó que en el entronque del camino la esperaba un guardia que la acompañaría de regreso.

La chica ya partía cuando Rádulf reaccionó y le dijo:

—Claudine, espera un momento...

Fue hasta la mesa donde se encontraba la carta, la tomó regresó y se la extendió.

—¿Le podrías dar esto a Cárdigan?

Claudine sonrió, la tomó, se acercó a él, le dio un beso en la mejilla y murmuró:

—Claro que se la daré, creo que le hará mucho bien.

....

Al parecer una historia aun está por escribirse, momentos inciertos se pintan en el horizonte, suspiros, latidos, quizá una historia de amor.

 

 


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