Capítulo 14 "Dilemas."

Rádulf caminaba a toda prisa hacia la casona del marqués de San Lorenzo, caminaba tratando de calmar a su corazón y avivar su mente, de pronto una extraña sensación le hizo voltear, pareció ver una sombra, gritó: ¡Quien va! Pero no recibió respuesta, hacía rato que se sentía observado pero lo siguió atribuyendo a su estado de ánimo.

Sin embargo el instante lo sacó de su trance y camino de prisa. Llego a la casona tocó la puerta y un sirviente lo recibió a voces sin abrir.

—¿Quién toca?

—Soy Rádulf escriba de el conde Lavalle, el me está requiriendo.

—¡Permita un momento!

Pasaron algunos minutos en los que el frío y la noche dieron a Rádulf cierta tranquilidad. Se abrió la puerta y un sirviente lo llevó a un gran salón, ahí encontró al conde y al marqués en plena fiesta, estaban acompañados de algunas cortesanas y por los vasos regados por todos lados se notaba que la jornada había sido larga.

—¡¡Rádulf!! —Gritó el conde sonoramente— ¡¡Ven la noche es hermosa y el vino abundante!!

Rádulf se acercó y le dijo: —Conde tenemos que hablar en privado.

El conde no hacía caso de las palabras de su escriba, hablaba sin parar, mientras el marqués calló en un profundo sueño desparpajado en la silla, las mujeres hacían señas a Rádulf, pero él seguía insistiendo con el conde, de pronto tomó una gran jarra de agua y la arrojó sobre el rostro del conde, este desconcertado intentó sacar la espada pero al incorporarse cayó al suelo, Rádulf lo levantó y medio cargándolo lo llevó a otra estancia, ya un poco retomando la conciencia el conde preguntó:

—¡¿Que pasa a que ha venido todo esto?!

—Conde la carta que me mandó a leer.

—Carta, carta... A si... ¿Qué pasa?

—Le piden un favor urgente y creo que es importante que lo atienda.

—A ver dámela y tráeme un vaso con agua.

El conde con trabajos leyó la carta y se rascaba la cabeza con desconcierto.

—¡Qué diablos! ¿Cómo demonios haré esto?

Rádulf lo observó y preguntó:

—¿Conde puedo preguntar quién en Mariana?

—Ah amigo, no debía decírtelo pero es una común, familiar de la difunta Gertrudis, recuerdas aquel testamento que tengo atrasado a fuerza –dijo el conde guiñando un ojo.

—Pues Mariana, es de la familia.

Rádulf pensó un poco y dijo:

—¿Conde y no podía liberar ese testamento y citar a la familia para su lectura?

Pasaron algunos minutos antes de que el conde reaccionara...

—¡Rádulf perderé algunos asuntos pero eres un genio! Redacta los citatorios, para... El conde hizo una pausa, —Bueno por ahora redacta el de Mariana y mandaré a buscar a Esteban para que le lleve de inmediato el mensaje. Y en unas horas partiremos de regreso a Lavalle para redactar el resto y hacer la lectura.

Rádulf quedó congelado, no podía moverse de ahí, tenía una cita con el amor y su corazón estaba ansioso por escuchar la voz de su amada Cárdigan...

—Conde no puedo moverme de aquí, creo que esta vez no podré apoyarlo.

—Rádulf no salgas con cosas, que el sueldo sigue corriendo, además no creo que sea importante lo que tengas que hacer aquí, tu vida son las letras y esas te acompañan donde sea, no me puedes fallar.

Rádulf sentía que el estomago se le hacía un nudo, respiró profundamente y dijo al conde:

—Está bien, pero yo partiré un poco más tarde, déjeme un caballo y en un par de horas a galope yo estaré en su casa.

—Está bien, gracias por avisarme de esto, es importante esta persona que me lo pide y lo será más, así que debo cumplir.

Rádulf escribió la misiva y la dio al conde para que la firmara y pusiera su sello, al tiempo que Esteban iba entrando en la habitación.

Miró a Rádulf y este sintió una pesada mirada.

—Hola otra vez Esteban.

—Hola Rádulf, pareces fantasma, estas en todos lados y en ninguno, creo que mejor sería que desaparecieras.

Rádulf se extrañó de las palabras, Esteban no era precisamente su amigo pero si trabajaban mucho juntos, como mensajero, él lo apoyaba con sus cartas tanto de trabajo como personales, miró a Esteban y descubrió que tenía algunas copas encima, así que lo atribuyó a esto.

Esteban por su parte recibió instrucciones del conde y de inmediato salió a entregar el mensaje, no sin antes propinarle a Rádulf una mirada amenazante.

Rádulf se despidió del conde, la madrugada era fría, todos los sucesos le habían quitado el sueño, calculó la hora debían ser como las cuatro de la mañana, se dirigió a la posada y ya en su cuarto se tiró en el camastro un momento, estaba totalmente desconcertado, tantos sucesos, tantas noticias... En ese momento tomó una decisión, esperaría a Cárdigan en el confesionario, tenía que escucharla, tenía que conocer su verdad; después viajaría a cumplir sus compromisos de trabajo.

Su corazón latía inquieto, mientras su pensamiento se dejó invadir por la ilusión, los últimos meses de su vida había vivido algo bello, las letras se habían convertido en caricia, en beso, en el abrazo de dos almas, se sentía pleno, vivía en un constante estado de felicidad, no podía ni imaginar la idea de quedar solo, de que de pronto su vida se vaciara de un solo golpe, que la soledad ocupara el espacio de este amor, era tan intenso, tan profundo lo que Cárdigan había despertado en su ser, que la ausencia de su ser, solo se podía convertir en dolor, un dolor que Rádulf no quería sentir.

Absorto entre el sueño y la realidad la luz de la alborada lo sorprendió, de regreso a la conciencia total, se incorporó se aseó y se dispuso a vivir a una cita con su destino...

….

Una historia está por escribirse, un momento promete convertirse en sublime, un instante, un latido, un anhelo... una historia de amor...


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