Capítulo 20 "El trabajo"

Los días pasaban lentos y rápidos al mismo tiempo, los arreglos para recibir al Duque de Alba y su prometida, transformaban aquella pequeña población, poco a poco el bullicio se hacía cargo del silencio normal. Se limpiaban callejuelas, se adornaban los jardines y parques.

Invitaciones se habían enviado y ya algunas avanzadas de sirvientes de la corte comenzaban a llegar, el quehacer diario para todos había subido.

Y no era para menos, el Duque de Alba además de su ya palpable poderío, era aspirante por cuestiones de sangre a la corona. Y su visita a aquellas tierras era para la mayoría un suceso importante.

Rádulf trabajaba también como el resto a marchas forzadas: invitaciones, discursos, agenda, además de supervisar algunas de las actividades, el Conde le había asignado a un pequeño ejército de sirvientes y mensajeros para apoyarlo.

Trabajaba ilusionado y con total entrega, tanto que ya el Conde le había bromeado en un par de veces que su escriba parecía el anfitrión, sin embargo algo le inquietaba a Rádulf, ya habían pasado varios días y su buzón seguía vacio, no sabía nada de Cárdigan.

Esa mañana especialmente sentía añoranza por las letras cargadas de sentimientos que lo alimentaban regularmente y que ya no fluían. El Conde le había encargado el despacho y que se hiciera cargo de la correspondencia que estaba por llegar, porque tenía algunas diligencias que hacer. Estaba absorto en algunos escritos, cuando llegó el mensajero con varias cartas, las recibió y se dispuso a leerlas.

La primera carta que abrió, era un sobre algo abultado que venía de las Américas.

 

"Conde de Lavalle:

Le escribe Ricardo, sobrino de la Condesa Gertudis su finada tía que en paz descanse, me han informado que las tierras y los negocios de ella han quedado a su nombre, por lo que me dirijo a usted para reportarle que debido a las últimas negociaciones con Portugal, ahora Colonia del Sacramento pertenece a la corona española y a la casa de vuestra merced han sido asignadas 2 porciones de tierra, de esta región. Colonia ha sido un lugar para el contrabando británico, aquí en el Río de la Plata, pero ahora que hemos tomado posesión esperamos encontrar oro o plata, para los cofres de la corona y de vuestra excelencia.

Su señorío en estas tierras quedó escrito. Le adjunto en este sobre las descripciones y ubicación de las estancias. También las cuentas de las asignaciones y algunas cartas de los involucrados, colonos vecinos que piden vuestra merced.

Quedo en espera de alguna indicación, por mientras seguiré velando por vuestros intereses.

Ricardo Barón de Montés del Plata"

 

Rádulf hurgó en el sobre y efectivamente encontró múltiples documentos, recibos, listas con números y descripciones, entre ellos una carta mas.

 

"Conde de Lavalle:

Me es un placer saludarle al tiempo de hacerle una solicitud, espero no ser imprudente con esta, pero ahora que el ganado ha comenzado a reproducirse aquí en la banda oriental, nos es muy necesario llegar a un arreglo.

Mi nombre es Mireya, mi padre vino hace años desde las Canarias en busca de una nueva vida y trabajó muy duro, para crear una pequeña estancia de este lado del mundo.

Yo nací en estas tierras a orillas del Río de la Plata, que más bien parece un mar de agua dulce, en sus playas pude descubrir olas tan grandes y lugares tan hermosos como a las orillas del Atlántico Sur, sus aguas se pierden en el horizonte sin distinguir ningún vestigio tierra que le diga que está frente a un rio, se puede sentir la brisa acariciando el rostro y si cierra los ojos el cantar de las olas llama a soñar, en tierra encontrará interminables praderas que se pierden ante los ojos, sin distinguir alguna montaña, en los lluviosos inviernos el olor a tierra húmeda y el frío penetrante invitan a refugiarse cerca del fuego. Vivimos de una manera sencilla en contacto con la naturaleza.

Es una tierra mística que algunos de los habitantes originarios (chanás y cahrruas) nos ayudan a conocer."

 

Rádulf, hizo una pausa, cerró los ojos e imaginó aquella simple y vívida descripción, había escuchado algunas descripciones de aquellas tierras lejanas de la colonia, en aquel remoto continente, se imaginó con espíritu aventurero viajando, navegando por aquellas aguas, contando historias alrededor del fuego...

Sonrió y continuó leyendo.

 

"Desgraciadamente hace unos meses mi padre falleció y en ausencia de un heredero varón, momentáneamente me he quedado con la responsabilidad de la estancia.

El problema es que con las delimitaciones que se han hecho con el nuevo orden de Colonia del Sacramento y sus alrededores, han asignado los límites de su tierra abarcando el arrollo la caballada que originalmente usamos para tener agua para consumo nuestro y del ganado.

Quisiera pedirle su permiso para que estas aguas podamos utilizarlas tanto para su estancia como lo nuestra.

Sé que es difícil que usted visite estas tierras pero aquí lo esperamos con gusto.

Espero recibir una respuesta afirmativa a mi petición y le envío un cordial saludo."

Rádulf se dio un tiempo, tratando de imaginar aquellas tierras misteriosas para él, encogió los hombros para proseguir con el trabajo, pero no pudo contenerse y volvió a observar esa carta, aquellas letras estaban escritas con fineza y delicadeza.

Sonrió para sí, al final de cuentas su vida personal estaba inexplicablemente llena de mujeres que escribían bellamente.

Tomó nota de la petición para reportarle al Conde y prosiguió con su trabajo. Examinó otras misivas sin gran importancia hasta que descubrió una con el sello del Ducado de Floresta, su corazón dio un vuelco, miró nerviosamente para ver a quien estaba dirigida: "Conde de Lavalle", hizo un gesto de molestia y abrió la carta.

"Conde de Lavalle:

Me dirijo a usted agradeciendo de antemano sus atenciones y para solicitarle un favor con la absoluta discreción que sé que usted me otorga, requiero que durante mi estadía en su casa, no asigne habitaciones contiguas para mí y el Duque. No doy más explicaciones, simplemente espero que considere mi petición.

Cárdigan"

 

Rádulf quedó expectante ante aquel pequeño texto, por un lado el hecho de que su amada no quisiera estar cerca del Duque le era gratificante, pero también sentía algo de celo y extrañeza el saber que Cardigán tenía la posibilidad de enviar mensajes, pero con él no se había comunicado.

Un ruido de cascos de caballos que llegaban le impidió seguir pensando, se levantó y miró por la ventana que daba al patio interior, descubriendo al Conde bajar de su caballo y apresurándose para ayudar a una doncella que lo acompañaba, por algunas ramas de la enredadera no podía distinguir quién era, pero si se percató de las solicitas manos del conde que tomaban una delicada cintura y la hacían descender del caballo con un comprometedor movimiento, el cuerpo de la dama resbaló estrechamente hasta quedar en los brazos del Conde.

"Genio y figura mi estimado Conde", se dijo esbozando una sonrisa, pero inmediatamente se le congeló al distinguir que era Mariana quien lo acompañaba, quien reía y cuchicheaba mientras entraban a la casa.

....

Sucesos inesperados, una historia está por escribirse, un momento promete convertirse en sublime, un instante, un latido, un anhelo... una historia de amor...


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