Capítulo 4 "Recuerdos."

La mañana era fresca, amenazante de lluvia, la actividad había comenzado, Rádulf se apuraba porque tenía cita con el conde, que lo había mandado llamar, tomo pluma, carbón, tinta y papel y se dirigió a la villa.

Rádulf era un hombre maduro, de mediana estatura y tez morena, su vida había transcurrido sin grandes aventuras, observador, curioso por naturaleza y entregado a las actividades que realizaba para tener un ingreso, soñador que a temprana edad había tenido el sueño de ser escritor pero que la vida lo había llevado por otros caminos.

Después de una separación, se había refugiado en su trabajo y por casualidad en una reunión dejó escapar algunas ideas para redactar unas invitaciones a un festejo del Conde de la Valle. Su peculiar y sentida escritura llamó la atención de conde, que se acercó a él, y de ahí se había creado una amistad, donde el conde le daba trabajo de escriba para asuntos oficiales, pero también le pedía cartas de amor para sus conquistas.

La discreción y su nula presencia en la corte lo hacía una pieza importante para el conde, que sin reparo le contaba sus aventuras y firmaba las letras ajenas...

Esa mañana Rádulf llegó a la villa el conde lo recibió con el rostro algo descompuesto:

—¡Mira Rádulf que he metido la pata! ¿Recuerdas la carta a Matilde, hija le Marqués de Alduci?

—Si conde la recuerdo.

—Pues que me habían dicho que era una belleza, pero no me dijeron que tiene más carnes que el establo de Don Emilio, me da miedo que mi humanidad perezca bajo su gran peso. –Soltó una sonora carcajada y continuó:

—Lo peor es que si recuerdas la invitación que rechazó Cárdigan la hija del Duque de Floresta, pues se la hice a ella y me ha contestado que acepta... ¡Ayúdame Rádulf!, mi reputación de "Don Juan" no se puede permitir esos excesos —y nuevamente soltó una fuerte carcajada.

Rádulf lo miró por un momento y sintió cierta pena por su amigo, tan superficial, tan disipada vida. En el corazón de Rádulf se había encendido una llama que le traía indecible felicidad e ilusión y no podía evitar comparar su dicha con la vacuidad del conde.

—¡Mira! Exclamó el conde y removiendo infinidad de papeles que había en su escritorio sacó una carta

El corazón del Rádulf dio un salto, en el revoloteo de papeles había reconocido una carta con el sello del Ducado de Floresta aún sin abrir...

—¡Huele! Dijo el conde acercando una carta a la nariz de Rádulf ¡Hasta perfumada viene la carta de Matilde!

—¡Rádulf me siento agobiado necesito tu ingenio!

Rádulf inquieto, tratando de atraer la atención del conde para que no mirara la correspondencia sin abrir, estiró los brazos infló los cachetes y se acercó al conde parando la trompa y dijo: ¡Soy tú adorada Matilde, ven a mí! Dame un besito y llévame a tus aposentos...

Mientras hacía esto ponía las manos en el escritorio internándolas en los papeles...

El conde exclamó:

—¡Por mi madre, aléjate de mí! —Y le dio un fuerte empujón.

Rádulf arrastró las manos tirando los papeles por el suelo...

—¡No te burles Rádulf y mira lo que has hecho! Ahora recoges este tiradero y me sacas de este embrollo.

Rádulf se inclinó con el corazón latiendo apresuradamente, mientras el conde se sentaba desparpajado en su sillón, su corazón casi se paralizó cuando descubrió en una mirada rápida que la carta de Cárdigan tenía como remitente su nombre, en un movimiento rápido guardó la carta entre su camisola y recogió las demás poniéndolas ordenadamente sobre el escritorio.

Terminada la tarea miró al conde y le dijo:

—¿Recuerda a su tía Gertrudis que murió el mes pasado?

—Si Rádulf ya te dije que ni la conocía y la noticia aún no se ha difundido por cuestiones políticas y económicas que tú no entenderías ¿Pero eso que tiene que ver? ­

Con una sonrisa maliciosa Rádulf dijo:

—¿No cree mi querido conde que la noticia ya debe ser revelada y que usted está sumamente afectado y quiere guardar el duelo?

—¡Rádulf eres un genio! Redacta las cartas cancelando todos mis compromisos bueno mejor solo la carta de Matilde.

Rádulf sonrió en la soledad de su habitación el recuerdo de aquella situación lo tenía muy presente porque esa carta de Cárdigan había hecho de él, un hombre extremadamente dichoso. Buscó entre su tesoro aquella misiva y leyó:

 

"Mi querido Rádulf:

No he querido espera respuesta, mi corazón está inquieto y estalla de felicidad, no entiendo lo que pasa, solo sé que esto es algo especial, creo que es "Amor a primeras letras".

Rádulf, mi poeta... te amo...

Cárdigan."

 

Rádulf besó la carta, su corazón estallaba de dicha, estaba cercano al amor de su vida...

...

Una historia está por escribirse, un momento promete convertirse en sublime, un instante, un latido, un anhelo... una historia de amor...


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