Capítulo 34 "Lágrimas y recuerdos"

Rádulf despertó, la cabeza le dolía, un fuerte golpe en la nuca era lo último que recordaba, poco a poco se fue regresando a la realidad, «¿Dónde estoy?» fue su primer pensamiento, era un espacio reducido, todo de madera y se movía... «...un transporte para prisioneros...» dedujo, algo dolía en su pecho y no era un golpe, fue cobrando plena conciencia de lo que había sucedido.

A su mente vino el rostro de Cárdigan, esa expresión de miedo, esa sorpresa absoluta ante lo que estaba aconteciendo... «¿Estaba fingiendo?... No lo parecía... Entonces... ¿Qué significaba todo esto?...» Simplemente no entendía.

Cómo pudo se sentó en el estrecho espacio, esa tendencia que siempre tenía de analizar las cosas, se encontraba algo bloqueada por la incertidumbre, además de las acusaciones que ahora blandían en su contra, sin embargo paulatinamente fue llegando a le un respuesta: No era con Cárdigan con quien se escribía, «¿pero y el sello de floresta?» Recordó la primera vez que supo de ella, era una carta que respondía a una petición del Conde, eso era real...

Bufó agitando la cabeza, el había escrito la respuesta prácticamente sin intervención del Conde y de ahí se había iniciado la aventura, entonces... ¿Y si Cárdigan también tenía a alguien que le leyera la correspondencia?... «Que perversa situación» pensó, aunque él siempre dio su nombre, siempre fue claro... «Qué estúpido he sido, ¿Cómo he creído que esto me podría pasar en la vida?, ¿cómo he sido tan infantil, al creer que una dama como ella se iba a rebajar a escribirse con una persona como yo, si títulos, sin valor, sin riquezas?, ¿cómo pude pensar siquiera que el amor podría nacer así, con banales letras, con incipientes poemas?... ¿Amor?, ¡por favor!...

Una maraña de pensamientos y sensaciones se agolpaba en su mente y en su corazón, incertidumbre total. «¿A quién amor?, ¿quién me ama?, ¿me ama?, ¿puede nacer el amor en medio de una mentira?, ¿puede subsistir una flor en la oscuridad, carente de la luz de la verdad?... No, quien haya escrito aquellas cartas no puede amarme, no puede amar, no sabe lo que es el amor... Me imagino las veces que se habrá reído de mí, de mis tonterías, de mis conceptos... ¡¿Cómo puede existir alguien así?! Yo entregué mi corazón en esas letras, vertí en aquella tinta todo mi ser, me dejé llevar por esa suave marea de sensaciones, dejé de ser yo en pos de un nosotros, iluminé mi mundo con ilusiones, verdaderos anhelos muy lejanos a la carne, pero reales ante el espíritu y el compromiso... y... ¿Cómo pudo? ¿Cómo?...»

Las lagrimas que no habían sacado el dolor de los golpes y la vergüenza del arresto, ahora corrían por las mejillas de Rádulf, a causa de una herida invisible que se dibujaba en su pecho, la derrota se apoderaba de su cuerpo, de su mente, de sus deseos de vivir...

«Me merezco todo esto por estúpido, por infantil, por iluso... ¡No lo pudo cree!... incluso me citó en floresta para podernos mirar... Que perversión... Yo viajando, profanando un lugar santo para escucharla, mintiendo, haciendo cosas que en la vida había hecho... ¿Por qué lo hizo?, ¿no le bastaba con el engaño a través de las letras? ¡Mi Dios!...»

Aquella catarsis se convertía en dolor real, la imagen de un derrotado estaba presente... lloraba como un niño, parecía ya no importarle nada, nunca había puesto en duda aquella aventura, nunca se le había ocurrido una situación así y en ese estado una pregunta más llegó a su ser:

«¿A quién amo?, todo mi ser y mis sentidos dicen que estoy enamorado, yo sé que amo, pero ¿a quién?, ¿A esa bella y fina mujer que he visto sorprendida y que no sabe nada de mí o a un ser oscuro que no conozco y que escribió aquellas palabras que le llenaron de dicha?, pero... ¿Cómo puedo amar a un fantasma?... qué ironía... que macabra situación...»

Las lágrimas cesaron, Rádulf se quedo como petrificado, el pensamiento pareció esfumarse. Ahí en ese carretón cerrado, meciéndose un poco por la tortuosidad del camino, con la mirada perdida, era arrastrado hacia un lugar incierto, hacia un futuro poco prometedor, sólo un susurro se escucho entre el crujir de las madera y de la ruedas, mas presa de la costumbre y la necesidad que de una realidad esfumada, un inverosímil soplo: «Cárdigan te amo»...

....

Sentada en la pequeña sala de su habitación, con lágrimas de ternura recorriendo su rostro y con la mano izquierda oprimiendo su pecho: Cárdigan leía.

Después de recibir las cartas de manos de Claudine, había ordenado que saliera y que les avisara al Duque y al Conde, que se sentía indispuesta y que permanecería el resto del día ahí.

Había iniciado la lectura de aquel paquete, se dio cuenta que casi la mitad de las cartas que contenía, no tenían el sello de floresta, que eran copias de las cartas enviadas supuestamente a ella, ese paquete era un libro completo de una historia de amor, eran testigo fiel de letras viajeras que llevaban su nombre.

Su sorpresa iba en aumento, apenas había leído unas cuantas cartas y sus respuestas, cuando comenzó a darse cuenta de una escalofriante verdad.

Movía la cabeza lentamente en señal de negación, hasta que no pudo más, cesó la lectura, se recargo en el respaldo y cerró los ojos. Poco a poco el pasado vino a su mente con vívidas imágenes.

 

Miraba a su padre con enojo y una vez más reclamó con fuerza:

—¡Padre por favor, quiero aprender a leer!, sé que eso es para los niños y no las niñas pero ya me cansé de modales y bordados, de cómo comportarme y hacer reverencia, ¡ya tengo diez años!, mira que si me eliges un esposo dentro de poco, en cuanto sangre, ya no podre aprender más y quiero hacerlo.

La niña se abrazó de aquel hombre que la miraba entre enojado y orgulloso, se le sentó en su regazo y comenzó a darle besos en las mejillas...

—¡Está bien, está bien! Mi pequeña flor, creo que en tu nombre llevas implícita tu esencia. ¿Sabes que significa tu nombre?

—Rebelde... —Contestó la niña con seguridad.

El padre rió abrazándola —Así es mi pequeña rebelde, déjame ver qué puedo hacer, por lo pronto ve con tu madre, yo tengo que hacer alguna cosas.

 

Cárdigan sus piró ante en recuerdo de aquella escena, en ese entonces tenía una estrecha relación con su padre, eran tiempos felices, en los que para ella ese hombre era el más guapo e inteligente de todo el reino.

El recuerdo dio un salto a otro momento...

 

Su padre la había llamado al gran salón y le había presentado a una señora ya bastante adulta, que sería su institutriz, esa mujer le enseñaría a leer y escribir, pero no podía descuidar sus otros deberes o hasta ahí llegaría la enseñanza.

Al principio a Cárdigan no le había gustado mucho la postura de aquella señora, pero no importaba, su ilusión por aprender se cumplía y eso era lo importante.

—¡Gracias padre! —Exclamó con alegría, abrazándolo.

—Cárdigan: ¿dónde están tu modales?, que es esto. —Reprochó el hombre con una sonrisa, a lo que Cárdigan se separó y con gracia hizo una reverencia y dijo:

—Se lo agradezco padre...

 

El recuerdo pasó a otro se fue a otros tiempos.

 

Cárdigan caminaba por el pasillo rumbo a su habitación cuando escucho voces alteradas, se acercó a la puerta de donde salía la discusión, que era alcoba de sus padres y escuchó:

—Te lo he venido diciendo ya hace varios años, no debiste incitar a tu hija a los libros, mira las consecuencias.

—Mujer ya te he dicho que yo no "la incité", ella quería aprender y yo asentí, no era malo en su momento.

—Mírala ahora, es una caprichosa, ya va a cumplir 28 años y se las ha ingeniado, bajo tu complacencia para no casarse, no quiero una solterona en casa, además no te he podido dar un heredero y...

—No te preocupes mujer, sabemos que no es tu culpa, en cuanto a nuestra hija ya estoy en pláticas con el Conde de Alba, te aseguro que habrá boda y ella será una digna heredera de la casa de Floresta.

Cárdigan dejó de escuchar y salió de prisa hacia su recamara. Al entrar exclamó:

—¡Nana, otra vez me quieren casar con un desconocido!, ¿Qué voy a hacer?, se me acaban los pretextos y mis padres ya están enojados...

—No soy tu nana, soy tu institutriz y confidente. —Se escuchó una voz decir.

—¡Ay ya! Tú siempre serás mi nana y punto.

—Está bien, pero yo creo que ya debes casarte, siempre has sabido que esto pasará en algún momento y...

—Pero nana... ¿Sin amor?, ¿por interés?, ¿por negocio? No soy una vaca...

—Ja, ja, ja. ¡Claro que no eres una vaca¡ mira que para encontrarte el busto es un triunfo.

—¡NANA!

—Bueno ya, y dime ¿Se le va a hacer al Conde de Lavalle?

—¡No!, como crees, que asco, es un hombre bastante banal.

—Mira que te invitó a su casa, para pasar el verano.

—No, no y no, además no son los planes de mi padre, el elegido es el Duque de Alba.

—¿Te lo dijo tu padre?

—No precisamente, emmm, lo escuché.

—Niña cuantas veces te he dicho que no espíes tras las puertas...

—Ya, ya...

—Oye pero es apuesto, además de Duque claro está.

—Pero ni lo conozco y no me conoce, además es muy pagado de sí mismo, ya he oído de él.

—Eres muy exigente, quizá conociéndolo podrías cambia de opinión, además yo a tu edad ya tenía tres hijos, un marido y hasta... un amante...

—¡Nana! ¡¿De verdad?! Cuéntame...

—No, lo que quiero que entiendas es que ya eres muy grande para no estar casada y no solo eres tú, es tu casa, tienes una responsabilidad.

Cárdigan se tiró sobre la cama abrazó su almohada y dijo:

—Nana, pero que hay del romance, de encontrar un alma que sea como la tuya, que te abrace con palabras bellas, que te ame por lo que eres y no por lo que tienes, que se enamore de tu nombre y no de tus títulos...

—Niña esos son cuentos, son fantasías, la vida es distinta.

—¡Pero yo quiero vivirlo!

—Mira, le tienes que hacer caso a tu padre, ya no debes desafiarlo y si quieres vivir una fantasía pues... se me ocurre...

—¡¿Qué, que se te ocurre?!

—Mira, podemos seguir con tus prácticas de escritura y lectura, yo te escribiré fingiendo ser un amante alto, de profundos ojos azules, finas facciones y nobles sentimientos, que en algún momento llegará hasta tu ventana con una rosa blanca montado en un corcel blanco y con un poema escrito pidiendo tu mano para desposarte...

—Nana no eres mi tipo, pero me gusta la idea...

—Está bien lo haremos, pero ¿qué le contesto al Conde de Lavalle?

—Deniega la invitación, dile que es feo, lo que quieras, ahí están los papeles y el sello...

 

Cárdigan abrió los ojos, miró aquel paquete de cartas poniendo su mano sobre ellas. Una extraña y profunda emoción se anidaba en su corazón y con un suspiro exclamó en voz baja...

 

—Mi amante secreto... eres real... conozco cada coma de estos escritos, no son nuevos para mi...

....

Vuelcos de la vida, situaciones inimaginables, una historia se escribe, momentos extraños y sublimes, instantes, latidos... Una historia de amor...

 

 


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