Capítulo 24 "Noticias, letras y tropelías"

Un ruido poco usual le despertó, su casa se encontraba a las afueras de Lavalle por lo que usualmente pocos pasaban por ahí, por esa razón el ruido de caballos galopando le fue extraño. Se levantó y se asomó, pero ya no pudo distinguir más que a un par de jinetes saliendo del pueblo, se encogió de hombros y se dispuso a asearse para salir al trabajo cuando el ruido de un rodadas llamó nuevamente su atención, se asomó nuevamente y pudo descubrir una carreta con algunas provisiones y un par de sirvientes además del cochero. Se extrañó un poco, pues no recordaba ninguna actividad designada para ese día, aun estaba en sus interrogantes cuando vio pasar al carruaje del Conde y aunque este era cerrado alcanzó a reconocer a Mariana acompañada por alguien más. Frunció el seño y se dio cuenta de la realidad, el Conde, Mariana, los sirvientes, la avanzada, todos, rumbo a la Huerta del Peñón.

Resopló con fastidio, "el Conde no entiende, esto es peligroso e inapropiado", se dijo, "si el Duque de Alba se entera de esto, no sé lo que podría pasar, creo que aunque se moleste tendré que tratar el tema con él."

Terminó de arreglarse y salió rumbo a la casa del Conde donde tenía trabajo por hacer, caminó saltando de una idea a otra, en su mente la última carta de Cárdigan, la despedida de Karime y las tropelías del Conde... Sacudió la cabeza y una vez llegando se internó en el despacho, para revisar los pendientes.

Sobre el escritorio encontró la carta donde el Conde le daba el poder sobre las decisiones de sus propiedades en las Américas con firma y sello.

Buscó entre los papeles y encontró las cartas que venían de aquellas tierras, primero dio rápida lectura al informe del Barón de Montés del Plata, tomó papel y pluma y escribió:

 

"Ricardo Barón de Montés del Plata:

Hemos recibido las noticias y el informe de las propiedades que han quedado a nombre del Conde de Lavalle y por instrucción de su excelencia, se me ha designado para administrar y tomar decisiones sobre estas propiedades, (adjunto el documento que avala mis palabras), le pido que siga enviando informes acerca de las actividades de las estancias, así como de las ganancias que estas generen, queda usted en la libertad de realizar lo que sea necesario para que estas tierras sigan creciendo..."

 

En este punto Rádulf recordó la carta de petición, la buscó y se detuvo un momento disfrutando nuevamente de aquella descripción de tierras exóticas que solo imaginaba; tomó nota y continuó:

 

"Respecto al asunto del arrollo la caballada solicitado por la dama Mireya establezca las reglas que por decreto le den el derecho de utilizar el agua de dicho arrollo y sea un área común para ambas estancias. Además de apoyar cualquier solicitud de ayuda por parte de nuestros vecinos.

Espero noticias en cada barco que parta de aquellas tierras para mantener informado al conde.

Atentamente: Rádulf escriba y administrador de Lavalle."

 

Dobló la carta, puso el sello correspondiente, sacó otra hoja en blanco y escribió:

 

"Señorita Mireya:

 

Primero que nada me presento, mi nombre es Rádulf, escriba y ahora administrador de las tierras de las Américas, que son propiedad del Conde de Lavalle.

He recibido su petición acerca del arrollo la caballada y he girado instrucciones para que puedan ustedes hacer uso de sus aguas libremente y por decreto.

Lamento mucho lo del fallecimiento de su padre y cuente usted con nuestro apoyo incondicional, el Barón de Montés del Plata, queda a cargo físicamente de las estancias, por lo que puede acudir a él para cualquier menester.

Por otra parte quiero decirle que me ha sido un gran placer leer la descripción de aquellas tierras, mi vista apenas ha vislumbrado al sol desapareciendo en el horizonte de Cádiz, pero sus palabras me han abierto los ojos mucho más allá, pensar que cuando aquí el sol indica que nuestro día ha iniciado, en aquella parte del mundo la noche arrulla con su oscuridad los sueños. Es algo que para muchos de nosotros aún suena a fantasía.

Gracias por esta bella descripción, sus letras me han hecho viajar y quedo pendiente de cualquier necesidad.

A vuestra merced: Raádulf."

 

En ese momento Rádulf recordó el encargo que le hiciera Mariana. Dobló la carta, la selló y llamó en busca de algún mensajero, a los pocos minutos apareció Esteban que al verlo hizo una mueca y dijo:

—Pensé que me llamaba el Conde.

—No Esteban, pero, si son asuntos del Conde. ¿Sabes cuándo zarpa el siguiente barco rumbo a las Américas?

—Me he enterado que mañana sale una carabela.

—Bueno, es preciso que estos documentos salgan con ese viaje.

—¿Algo más, que desee vuestra merced? —Dijo Esteban con tono burlón.

—No, solo eso. —Contestó Rádulf secamente.

Una vez que Estebas se marchó, Rádulf se internó en la casa en busca del dichoso prendedor de Mariana, la casa estaba prácticamente vacía, así que le fue fácil recorrer la estancia, el comedor, y algunos otros espacios, pero su búsqueda era inútil, de pronto pensó en la alcoba del Conde... dudó... pero se decidió a ir ahí, y efectivamente sobre una mesita de descanso encontró lo que buscaba.

Lo miró por un momento, era una especie de gaviota finamente tallada y adornada con múltiples y pequeños brillantes, la rodeaban un círculo con piedras rojas al parecer rubíes y todo estaba montado en oro blanco, realmente era una pieza muy fina. Ahora entendía la preocupación de Mariana, pues no era una joya cualquiera.

Moviendo la cabeza tomó el prendedor, lo envolvió en un pañuelo y lo guardo con cuidado entre sus ropas refunfuñando:

—¡Ah mi querido Conde! esta debilidad y habilidad suya terminarán matándolo...

Salió de la habitación y por un momento miró a su alrededor, si bien conocía perfectamente la casa, ahora sentía que debía grabar en su mente cada rincón de esta.

La alcoba del Conde de donde había salido daba a un recibidor desde donde se ingresaba a otras tres recamaras, mas el pasillo que conducía al recibidor principal y uno más que desembocaba en un pequeño jardín cubierto con una fuente, para continuar con otro recibidor de iguales dimensiones y otras cuatro recamaras, se encaminó hacia estas y miró por un momento la entrada de la que se encontraba al fondo. "Aquí se alojará Cardigan" se dijo, Y se internó en ella.

Era una recamara amplia, contaba con una mesilla y dos sillones, de un lado un gran tocador con una luna enmarcada en cedro tallado y al fondo la cama, con altos pilares también de cedro tallado, cortinas vaporosas de color perla. Había una ventana que daba del piso al techo con dos puertas abiertas en ese momento, también con cortinas perladas y traslucidas, esta daba al jardín trasero.

Rádulf inconscientemente se imaginó escabulléndose detrás de la casa y llegando a dicha ventana dispuesto a vivir el encuentro de su vida.

Movió lentamente la cabeza con una sonrisa para después suspirar y murmurar: "Estoy loco, esto es una locura."

Regresó al despacho y continuó con su trabajo en un ambiente muy tranquilo, la casa había pasado ya la agitación de la limpieza profunda y ahora sin el Conde todo parecía estar desolado.

El resto del día continuó sereno, de cuando en cuando algún sonido hacía que Rádulf se asomara por la ventana, con la esperanza de ver al Conde, pero esto nunca ocurrió...

....

Tiempos de espera, una historia está por escribirse, un momento promete convertirse en sublime, un instante, un latido, un anhelo... una historia de amor...

 

 


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