Como un chiquillo desconsolado lloré cuando la gente me dijo que la pequeña semilla que me había acompañado como mi tesoro más grande estaba muerta. Era una pequeña semilla que había aparecido en mi camino y que para mi había sido el hallazgo más importante, la había tomado y cuidado, era protagonista de todos mis juegos, de todas mis historias inventadas, siempre en mi bolsillo, como ningún juguete por caro o especial que fuera.
Un día presumiendo mi tesoro ante un adulto, la miró con desprecio, y con su sabía y absolutista mirada me dijo: “eso no es un tesoro, eso es basura, eso no debe estar contigo, está muerto…”
Me negué y le mostré mi maravillosa miniatura, pero con despectivo gesto y sin observar la maravillosa simetría y la magia que yo veía me dijo tajantemente: ¡Deshazte de ella!
No mostré más sentimientos, pero el peso de las palabras de los que “si saben” me hizo ir al pequeño prado que estaba frente de mi casa, con ceremoniosa tristeza cabe un pequeño hoyo en la tierra y con pena enterré mi tesoro…
Mi corazón de niño se despidió de aquel pequeño ser que me había llenado de ilusión.
El tiempo pasó, los adultos siguieron mejorando mi entorno, el pequeño prado frente a mi casa fue embellecido con rojo adoquín y bancas blancas.
Tiempo después también adultos decidieron que mi vieja casa era insuficiente para proporcionar felicidad y me despedí del barrio, de mis amigos y de todo aquello que me había acompañado desde que tenía memoria.
Antes de irme miré al nuevo parque frente a mi casa y vino a mí el recuerdo de la tumba de mi tesoro, mentalmente la ubique debajo del rojo adoquín junto a una banca. Despedí mis pensamientos y partí.
Mucho tiempo después, ya sin la lozanía de la niñez, en medio de la soledad y la tristeza, caminaba por la ciudad sin rumbo, tratando de calmar dolores del corazón. De pronto el paisaje se me hizo conocido, un jardín un tanto olvidado una casa totalmente familiar…
—¡Esa fue mi casa! —Exclamé mentalmente.
Camine hacia el parque, me senté en una banca y observe mi antigua morada, una suave sombra cubría los fuertes rayos del sol, y dejaba sentir la brisa refrescante de esta tarde de verano.
De pronto vino a mi mente mi tesoro, ubique la posición en la que encontraba y de mis ojos salieron gruesas lagrimas acompañadas de una intensa emoción… estaba sentado exactamente junto a la tumba de mi tesoro, pero en vez de ver la plancha de adoquín como antaño, había un bello árbol de flores moradas, que nacía justo en el punto, los adoquines movidos, rotos, el árbol había surgido de entre ellos, ¡Era mi semilla, mi tesoro! Que ahora se erguía poderoso y le daba sombra y belleza a mi vida…
—¡No estaba muerto! —Exclamaba—, no estaba muerto…