Un cuento inconclso...

Con esmero y cuidado el artesano tomo aquel metal precioso, y fue creando con finas y rebuscadas formas una hermosa jaula. Su trabajo siempre había sido de joyería así que las delicada rejas no le costaban trabajo, aunque en su corazón algo no le gustaba, sus manos siempre habían creado cosas que embellecían y ahora este trabajo era una prisión… pero la paga era buena y cada curva, cada figura del alambre de oro llevaba consigo una carga de tradición y riqueza, que tenía que ser expresada.

La jaula quedó lista, era un trabajo hermoso, digno de adornar el más fastuoso escenario, ésta partió a su destino y el artesano quedo complacido del trabajo realizado y de la paga que recibió.

La jaula fue puesta en un balcón al resguardo de una cornisa, colgada de una fina cadena también realizada por el artesano. El interior de la jaula fue ocupado por un ave muy hermosa de blanco plumaje con algunos toques rojizos en su cresta, ojos profundos color miel y mirada entre triste y tierna.

El ave requería de extremos cuidados por lo que era vigilada, cuidada, y visitada frecuentemente.

Un día un pajarillo común, de gris aspecto, entonó un canto cerca del balcón, el cual fue escuchado por la moradora de la casa, que hasta entonces se había sentido orgullosa en su fina postura como símbolo familiar, pero ese canto llamó su atención y gorgoreó con su bella voz llamando la curiosidad del pajarillo.

El descendió del árbol donde estaba y sujetándose de los finos brocados la miró y al instante quedó prendado de ella…


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