Y me quedé mirando aquel muro que me a abrigado por ya más de seis años… impávido, mudo, pareciera perpetuo, mirando a la nada, mirando sin mirar, tratando de silenciar las voces, el barullo, la aparente cascada de halagos o de desaprobación…
Al final el silencio de un cuarto vacío, por primera vez desde hace mucho tiempo, permití que solo las voces internas se escucharan, que solo el ruido interior llame a mi conciencia…
Vivimos en un mundo ruidoso donde lo que menos escuchamos es nuestra voz, esa voz que no se emite, pero que nos habla.
Poco a poco mi eterna y fiel compañera fue asomándose tímidamente por entre el quicio de una puerta en mi interior, y con pausados movimientos se acercó a mí… ¿Soledad? ¿Eres tu? Susurré incrédulo… Si, me respondió, he estado vigilante, silenciosa, escondida entre la vorágine de pensamientos y emociones de los que te has rodeado, pero aquí sigo, no me he ido, aun no llega quien me aparte de tu vida.
La miré por un momento, con emoción encontrada, verdad es que el corazón se seca y se endurece y que solo lagrimas vertidas pueden ablandarlo…
Necesito un abrazo le dije suplicante… y la soledad volvió a abrazar mi vida…